Mouris Salloum George*
Por lo que estamos viendo, el único trofeo de la Reforma Energética que Enrique Peña Nieto se llevará a su nuevo hogar el próximo 30 de noviembre, es el desteñido logo de Pemex. Quién sabe si lo pueda canjear por un galón de gasolina, que a partir del 1 de diciembre tiene que pagar de su bolsillo.
El pasado jueves, el director de Pemex Transformación Industrial, Carlos Murrieta nos siguió contando una de esas cosas que se deben contar: México importará al menos hasta finales de 2018 crudo ligero pues, como lo sabe hasta el más ignorante, el Sistema Nacional de Refinación no está configurado para procesar crudo pesado.
Ese más ignorante sabía eso desde el 1 de diciembre de 2012. Lo supo Felipe Calderón. Por eso proyectó una nueva refinería en Tula, Hidalgo; proyecto que Peña Nieto canceló.
¿Cuánto pagará México por ese petróleo, cuando se sabe que la balanza comercial se mantiene en permanente déficit, precisamente por la insolvencia tecnológica petrolera?
El señor Murrieta no se mete en esas pequeñeces. Tampoco en explicar cómo repercutirá en el gasto de los consumidores mexicanos.
Ya nomás no falta importar a los franeleros
La declaración de Carlos Murrieta no se compadece de los estimulantes spots de despedida de Peña Nieto, repetidos incesantemente en los medios electrónicos y en las redes sociales. Son como una especie de anuncio del Buen fin.
Buen fin, pero el de la Reforma Energética: 73 por ciento de la demanda nacional de gasolina se abastece con importaciones.
69 por ciento de la demanda nacional de diésel se abastece con importaciones y 64.6 por ciento de la demanda nacional de gas natural se abastece con importaciones.
¿Por qué desde un principio a la Reforma Energética no se le llamó por su verdadero nombre: Contrarreforma energética? Porque a nuestros gobernantes le encanta el autoengaño.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.
Imagen: anonopshispano.com